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Preocupaciones sacerdotales
De manera estable, como saben, vivimos en la parroquia tres sacerdotes. Tres edades distintas y distintos modos y experiencias de vida sacerdotal. Poco a poco hemos ido encajando los caracteres y nos enriquecemos mutuamente compartiendo las diferentes perspectivas que tenemos. Nos une una espiritualidad sacerdotal compartida y una opción de vida totalizante en la que el Señor Jesús es Padre, Maestro y Pastor. Un sacerdote joven de edad y de ordenación, con treinta y pocos años; un sacerdote de mediana edad, con algo más de cincuenta años, más de veinticinco de sacerdote y que en plena actividad pastoral tuvo que renunciar al apostolado directo y ofrecer sus dolores y confinamiento por la Iglesia. En este tiempo de confinamiento que hemos pasado, jocosamente nos decía que él llevaba confinado muchos años. Y servidor, metido ya en la sesentena y que, gracias a Dios he podido celebrar ya los cuarenta años de ordenación sacerdotal. Compartimos diariamente la mesa y nos enriquecemos hablando de las cosas humanas y divinas. Sobre todo de nuestro ministerio sacerdotal y de la parroquia a la que queremos servir presidiéndola en nombre de Cristo el Señor.
Procuramos darle tiempo a las relaciones humanas, conversando y compartiendo preocupaciones, noticias o lecturas que nos hacen pensar. La persona siempre es lo primero y nunca es perder el tiempo conocerse más y compartir el pensamiento.
Como suele suceder, muchas veces las conversaciones más jugosas surgen de la manera más casual y entre una actividad u otra en que nos cruzamos por la parroquia. A parte de compartir lo cotidiano, de una manera u otra, algunos temas surgen en nuestras conversaciones: la necesidad de una buena formación sacerdotal para ser buenos pastores del pueblo de Dios y no meros animadores socioculturales. Tener clara nuestra vocación de sacerdotes seculares, que saben vivir y compartir con los demás sacerdotes, pero asumiendo la soledad y la opción de vida que nos compromete a regir, santificar y enseñar a la comunidad encomendada por nuestro obispo, desde la misión recibida por la imposición de manos. Estamos llamados a vivir un amor esponsal con Cristo.
Nos preocupa también las tendencias que invaden muchas de nuestras comunidades, relegando por la actividad la celebración de los sacramentos, como vida de la comunidad creyente, a un segundo plano. También, para no hacer la lista interminable, nos preocupa la falta de una mínima solidaridad entre nosotros los sacerdotes. No somos los propietarios de las parroquias, sino enviados por el Señor. No tenemos que inventar o contentar según modas, sino enseñar y celebrar según nos enseña la santa Madre Iglesia. Como pastores del Pueblo de Dios debemos conducir al rebaño a buenos pastos y defenderlo de todo aquello que le puede hacer daño, sean modas o personas que no buscan el bien de las almas, sino su propio beneficio. Necesitamos una manera de actuar entre sacerdotes que nos haga apoyarnos mutuamente, dejando rivalidades y protagonismos y ciñéndonos a hacer presente a Jesucristo, para que sea conocido y amado. Y cuando uno deja una parroquia y misión, debe saber retirarse y no entrometerse ni descalificar al que le ha sucedido.
Nuestra vocación de sacerdotes de parroquia nos hace ser avanzadilla de la Iglesia en los ambientes donde vive la gente y allí hacer presente al Señor en los sacramentos y tanto hacer una catequesis infantil, dar la santa Unción a un enfermo o cuidar de Cáritas parroquial… Un poco de todo y variado. En todas partes nos arreglamos como podemos y tratamos de dejar la parroquia un poquito mejor de lo que nos la encontramos. Esta es nuestra misión. Y de nuestros superiores nos gustaría que nunca dejasen de ser padres y pastores, que nos guían, nos sostienen y nos confortan. De ellos necesitamos empatía, flexibilidad, comunicación y confianza. Organigramas y estructuras, las justas y la persona siempre por encima de todo, cuidando el aspecto humano, espiritual y afectivo de cada sacerdote.
Como ven, tres generaciones que pueden hablar, complementarse y ayudarse. Cada uno en su lugar, pero receptivos y llevando a la oración y a la reflexión lo que dicen los hermanos. Puedo decir, dando muchas gracias a Dios, que vivimos un ambiente fraterno y cordial en que vamos avanzando y complementándonos mutuamente para bien de las almas que nos han sido encomendadas.
Francisco Prieto Rodríguez, pbro.
Párroco.